Dr. Peter Lock
European Association for Research on Transformation e.V.

Política exterior estadunidense: desconcierto en europa y en el mundo árabe

Todos hablan de la guerra contra Irak, muchos solamente de la fecha. El gobierno actual de Estados Unidos considera al régimen de Saddam Hussein una amenaza aguda para la paz mundial. Considera que una solución política ya no es posible y deja saber al mundo que toma los preparativos para derrocar al dictador iraquí con medios militares, en solitario, si fuere necesario. Las Naciones Unidas (ONU), la Organización del Atlántico Norte (OTAN), la Unión Europea, la Liga Árabe y todas las demás instituciones de mediación de conflictos internacionales están condenadas en gran parte al papel de espectadoras. Estados Unidos exhibe su poderío militar único, y emplea su peso político y económico para preparar mediante diplomacia bilateral agitada las condiciones operativas previas para un ataque contra Irak. Además, es argumentado que debido a la violación permanente de las condiciones de cese de fuego (Resolución 687 de la ONU), estaría nuevamente en vigor, según el derecho internacional, la Resolución 678 (Guerra del Golfo), y que ésta autorizaría de nueva cuenta acciones militares para establecer la paz y la seguridad en la región.
En Europa predomina sin embargo la opinión de que los riesgos políticos y militares de una guerra en la situación actual serían demasiado grandes, y que todavía no habrían sido agotadas todas las posibilidades de una solución política. Por consiguiente, la solidaridad irrestricta de Alemania con los Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo internacional, declarada espontáneamente a raíz del 11 de septiembre, habría perdido por lo visto su validez en lo que se refiere al conflicto en torno a la amenaza iraquí con armas de destrucción masiva. La contundencia de la declaración a este respecto por parte del canciller federal alemán en rechazo a una guerra contra Irak, podrá haber estado determinada por la lucha electoral, empero la sustancia del distanciamiento ante las posiciones estadunidenses es válida para casi todos los Estados europeos.
Para la política alemana esto es una situación en todo sentido nueva porque, hasta recientemente, todos los gobiernos germanofederales se habían posicionado en materia de política exterior a la sombra de la política estadunidense. Los aspectos militares de la política de seguridad estaban delegados en la OTAN hasta el final de la guerra fría. El posterior proceso ineludible de emancipación en materia de política de seguridad comenzó a desenvolverse, pero sólo con retraso. El ejército germanofederal, la Bundeswehr, se concentró primeramente en el nuevo orden determinado por la alianza. Fue desarrollada sólo lentamente y en germen una nueva doctrina de política de seguridad, que buscó su legitimidad en los mandatos del Consejo de Seguridad, sancionados por el derecho internacional. Pero ya en el Kosovo, los estadunidenses obligaron a una participación de la Bundeswehr, sin mandato de la ONU. Desde el 11 de septiembre, los Estados Unidos dan la impresión en su actuar en materia de política exterior, como si para ellos en la guerra contra el terror el derecho internacional hubiera perdido su validez. Esto es un desafío para la política alemana, tanto como para la europea.
¿Cuáles son los cambios que se han hecho visibles en la política exterior estadunidense a partir del 11 de septiembre, que han conducido a votos discrepantes en Europa e incluso entre los más fieles aliados de Estados Unidos en el mundo árabe? Uno puede describir el desarrollo más reciente de la política estadunidense como un viraje hacia el unilateralismo, que relativiza al derecho internacional como norma de acción y conducta, y que en caso de duda, lo suspende. La base amplia en el congreso estadunidense a favor de este cambio de paradigma es explicable a partir del profundo shock que dejó tras de sí el 11 de septiembre. El cambio, sin embargo, estaba ya en marcha desde mucho tiempo antes.
Paralelamente a una tendencia multilateral, que fue la determinante durante la guerra fría, en Estados Unidos siempre están en presentes, en efecto, tendencias aislacionistas. En la historia contemporánea estadunidense las guerras fueron acontecimientos en países lejanos, que finalmente siempre terminaron en la victoria. Es por eso que la retirada de Vietnam dejó huellas profundas en la conciencia estadunidense. La visión reaganeana de la inviolabilidad del territorio estadunidense fue en su lógica un sustituto aislacionista para la concepción, fracasada en Vietnam, de las capacidades militares irrestrictas de una superpotencia. Entre los pilares de la doctrina militar estaban, además del proyecto del escudo anti misiles, la autonomía en materia de tecnología armamentista y la habilidad de conducir simultáneamente dos guerras convencionales. Esa doctrina era ya una amalgama de planteamientos unilaterales y aislacionistas, donde las coaliciones sólo tenían lugar como figuras asimétricas, en tanto que la relación transatlántica fue todavía manejada como alianza.
Al final de la guerra fría muchas cosas apuntaban hacia un orden mundial que se conformaría como un orden multilateral bajo la conducción de Estados Unidos. La Guerra del Golfo Pérsico de 1991, basada en una amplia coalición, y posteriormente la administración Clinton, parecían confirmar en un principio esa tendencia. Sin embargo, en el congreso estadunidense se articulaba la mayoría republicana con votos unívocos contra cualquier limitación de la soberanía estadunidense que pudiera derivarse de obligaciones en materia de derecho internacional. Siguiendo esta lógica, retuvo las aportaciones a la ONU y extrajo múltiples concesiones. El lobby militar, fortalecido por la Guerra del Golfo Pérsico, aprovechó la Convención sobre Minas Terrestres, militarmente insignificante para, mediante su rechazo, demostrar el nuevo unilateralismo. La misma mayoría en el congreso impidió la ratificación de acuerdos recién negociados de control armamentista.
A Clinton, obstaculizado en el congreso, le siguió Bush hijo, un presidente débil al principio, quien activó al personal político de la época de Reagan y se guió por la política de éstos en asuntos centrales. El 11 de septiembre le permitió a la administración de Bush hijo radicalizar sus conceptos políticos y, en adelante, seguir sin ambages la lógica de una política exterior unilateral. El rechazo agresivo al tribunal penal internacional de la ONU para la persecución de criminales de guerra ha sido, hasta ahora, el punto retórico culminante de la orientación unilateral. El objetivo declarado de la política armamentista estadunidense es una superioridad militar general duradera que, confiada, coloca delante la opción de una intervención militar.
De manera bien calculada el gobierno estadunidense habla de la coalición contra el terrorismo, y evita el concepto de alianza. Una alianza comprende una relación basada en reciprocidad. Las coaliciones se refieren, en contraste, a uniones con fin determinado, unilateralmente revocables en cualquier momento y que, según las palabras del secretario de Defensa estadunidense, se orientan exclusivamente hacia el objetivo fijado. Es por eso que en las coaliciones ad hoc contra el terrorismo se encuentran actores extremadamente dudosos, y hasta warlords, señores de la guerra. En desconocimiento del cambio estadunidense de paradigma, todavía aparecen aun ocasionalmente en discusiones europeas conceptos como "comunidad transatlántica de valores" y "alianza contra el terror".
La preponderancia militar absoluta en vinculación con la decidida orientación unilateralista de la política exterior estadunidense no conduce sin embargo a un imperio de protegidos. Aparte del postulado de fomentar la democracia y la economía de mercado, que rige mientras corresponda a los intereses estadunidenses, el rol de liderazgo estadunidense carece de los atributos típicamente imperiales. La negativa a involucrarse en una política de orden se ve, entre otros, en que Estados Unidos casi no participa en las misiones de la ONU para preservar la paz. Libra en Afganistán su guerra contra al Qaeda, mientras que a las naciones europeas les es adjudicada ante todo la tarea de crear un orden político estable.
El sociólogo francés Alain Joxe ha sintetizado esta política ambivalente del gobierno estadunidense hacia el resto del mundo en la fórmula clara de "el imperio del caos". Señala dos lados contradictorios de la política exterior estadunidense: por un lado la disposición a emplear la terminante supremacía militar global en pro de sus intereses nacionales y, por el otro, simultáneamente, la ausencia conceptual de políticas de orden en la salvaguardia de esos mismos intereses. Derivado de esto surge una línea de ruptura entre Estados Unidos y Europa. Al repliegue estadunidense hacia su Estado nacional se contraponen intereses europeos para regular el proceso de globalización, en apariencia irrefrenable, mediante nuevas normas generalmente aceptadas. Estas deberán fijar el rumbo del proceso para que abra una perspectiva para la implementación global de principios de Estado social, para compensar la pérdida de competencia del Estado nacional en ese ámbito. La política estadunidense se ciñe al forzamiento militar, mientras que los Estados europeos tienen que arreglárselas primordialmente con medios políticos de orden y diplomacia, y con esto seguramente hacen bien.
En el mundo árabe, marcado por crisis, los conceptos de regulación política y de percepción de intereses estadunidenses y europeos entrechocan duramente. Desde el conflicto del Canal de Suez (1956) Estados Unidos determina la política en el Oriente Medio. Simultáneamente, sólo Estados Unidos es una potencia de garantía para Israel que, desde su fundación como Estado, considera como imprescindible para garantizar su existencia una opción militar autónoma. A partir del conflicto irresuelto entre Israel y Palestina, los mismos socios de Estados Unidos en el Medio Oriente son simultáneamente opositores de la política estadunidense. Debido a esta contradicción y a la impotencia del mundo árabe para resolver este conflicto, el desarrollo político en la región se ha petrificado desde hace treinta años en regímenes represivos de cuño diverso. Este es el motivo por el cual los Estados árabes que no son ciudades-Estado están ubicados en su totalidad vergonzosamente rezagados en la escala del desarrollo humano.
Represión generalizada de Estado policiaco, pobreza masiva y ausencia de perspectiva para la población joven son el caldo de cultivo para ideologías salvacionistas conspirativas que sancionan el terror y la violencia. Se han convertido a partir del 11 de septiembre en un desafío central para la política internacional. Para ello Estados Unidos dispone de medios militares de forzamiento, pero Europa no. Para Estados Unidos el mundo árabe es ante todo un importante proveedor de materias primas, pero para Europa es una región vecina, con la cual es necesario organizar una convivencia pacífica, salvaguardando el derecho de existencia de Israel. Desde una perspectiva europea es de buscarse allí una apertura democrática con el objetivo de fomentar una modernización de Estado social. Paralelamente a esto, un tendido de redes de enlaces entre las sociedades civiles de ambas regiones, hasta ahora una negligencia reprensible, sería una aportación importante para la estabilidad. El mutismo absoluto de las sociedades civiles, entre Europa y la población de Irak, hace dolorosamente evidente este déficit.
Europa y Estados Unidos siguen estrategias distintas para limitar este potencial explosivo de conflicto. En esto Europa debe aspirar a prevalecer, si habrán de ser evitadas reacciones en cadena incalculables, que serían probables como consecuencia de un ataque militar unilateral. Todavía hay tiempo para que los preparativos militares concretos de estados Unidos activen una solución política en el sentido de los intereses europeos, en contra de la guerra.

Traducción del alemán: Stephen A. Hasam
Título original: Amerikanische Au_enpolitik: Verunsicherung in Europa und in der arabischen Welt.